“Nosotros no damos información. Somos como el cura confesor: todo, secreto”. Oscar Mario Churruca, florista, habla de las rosas y espinas de su profesión
En la esquina de Cabildo y Dorrego, donde se encuentra la estación Carranza, el bullicio de los autos que se dirigen hacia el centro de la ciudad contrasta con los resabios del sector antiguo de Colegiales. Allí se encuentra la Plazoleta Miguel Abuelo, una construcción de suelo empedrado, donde comparten el espacio bajo la sombra de jóvenes gomeros, un bar con mesas en la vereda, un kiosco y el puesto de flores de Oscar Mario Churruca.
El hombre, de sesenta años de edad, canas plateadas y un coqueto pañuelo al cuello, nació y creció en el barrio, a pocas cuadras del puesto de flores, cuando todas las casas eran bajas, existían los bodegones y las canchas de bochas. "Mi papá trabajaba en un bodegón, en esa cuadra”, señaló Churruca, apuntando hacia Dorrego, mientras sorbía de la bombilla de su mate.
¿Cuántos años hace que tiene el puesto de flores?
Hace veinte que estoy en las flores. Anteriormente, trabajaba en pintura, por mi cuenta.
¿Cómo es su jornada diaria de trabajo?
Yo estoy todos los días, desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Trabajo doce horas. Antes empezaba a la madrugada, primero iba al mercado... pero ahora, me hago traer las flores por un proveedor.
Después de tantos años vendiendo flores, debe conocer historias de amor
Ahhh, no!!!, nosotros somos como el cura confesor: todo secreto. Así es el oficio del florista, no podemos hablar. Si un señor me manda llevar un ramo a tal chica o a tal dama, nosotros no damos información. Es una reserva que tenemos nosotros, un secreto profesional.
Pero puede reconocer cuándo se relaciona una flor con una historia de amor
Sí, con la poesía, lo espiritual. Soy muy perceptivo, enseguida me percato de muchas cosas.
Churruca intercaló el diálogo con un saludo a cada vecino que pasaba cerca del puesto. En un momento, se acercó una joven para comprar e interrumpió la entrevista para atenderla. “Hola, cómo te va... ¿qué vas a llevar?”. Le sugirió flores e iniciaron un breve diálogo. Ella le advirtió que tenía que irse rápido al trabajo: “Trabajo nueve horas. No tengo tiempo ni para mí”, se lamentó la mujer. "Pero vos no tenés tiempo ni para respirar... vos sos la chica diez, la vida es una sola... hay que vivir, hay-que-vi-vir”, contestó Churruca. La mujer sonrió y le entregó un billete, pero el florista no lo aceptó. Ella agradeció y se despidió. “Ahh... pobre chica.. labura nueve horas por día, labura la chica...”, exclamó mientras meneaba la cabeza y retomaba la entrevista.
Usted también trabaja mucho. ¿Cuántas horas le dedica al puesto?
Y... doce, pero a mí me da no sé que, me da más lástima otra persona que a mí mismo. La verdad es que hace como siete, ocho años, que no tomo vacaciones. Acá en la Argentina, ¿qué voy a hacer?. El puesto de florista es muy sacrificado, es muy esclavo y sufrido. Por ahora, estoy bien conservado, pero por ahí, piso un clavo, y me fuí !!, pero no se puede quedar uno quieto, ¿vió?. Si mañana me saco un premio, no voy a trabajar por un tiempo; pero después, tengo que volver a trabajar, porque si no, me aburro.
¿A qué edad empezó a trabajar?
De muy pibe, a los ocho años.
¿A los ocho?. ¿Qué hacía?
Trabajaba en una carnicería, acá, en la calle Zapata. Me levantaba, le digo la verdad, no porque mi papá me mandaba sino porque yo quería, ¿eh?, era voluntad mía. ¡ A las trés de la mañana me levantaba!. Después, cargábamos el carro de caballo de ese tiempo y salíamos con el reparto. A la una entraba al colegio, hasta las cinco de la tarde.
¿Y después?
Me volvía a casa, cuando estaban todos los pibes jugando al fulbo, ahí en la calle. Mi mamá me daba el café con leche, y yo tiraba todo y me iba a jugar al fulbo con los pibes hasta las nueve de la noche, hasta que mi papá siempre me hacia entrar. Los deberes me los hacía mi hermanita, de catorce.
¿Su hermanita?
Sí, mi hermanita. ¿Vió las vías de Dorrego?. Bueno, esa vía agarró a mi hermanita. Ahora, los vecinos parece que logramos que coloquen un puente peatonal. Esa curva agarró a cualquier cantidad de pibes. No sabe la cantidad de accidentes que hay ahí.
Churruca se refería al cruce peatonal de las vías del ferrocarril ubicado en Dorrego y Guatemala, conocido como ´la curva de la muerte´, por la frecuencia de accidentes fatales producidos a raíz del peligroso paso.
Usted es muy apreciado en la zona. Tiene muchos amigos, ¿no?
Yo siempre saludo a todo el mundo, a todo el mundo. En todos lados se cuecen habas, ¿vió como es eso?. Pero igual, en general, la gente es buena. Trato de tener amigos; tengo esa filosofía. Mi mamá, que falleció hace dos años, siempre me decía: ´en la vida hay que tener amigos, nunca enemigos´.
¿Usted es casado?
No.
¿Vive solo?
Si.
¿Regala flores?
Sí, a veces le regalo a las señoritas. Una flor a una chica, porque uno está entusiasmado o porque le gustó, se le regala de esa forma sentimental, emocional. También regalo a conocidas, parientes. Pero no es lo mismo, ya es otra cosa.
Eulogio Díaz del Corral, óleo sobre tela
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septiembre 03, 2005
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